lunes, 16 de febrero de 2015

Imágenes



I

El recuerdo de tu sonrisa, de tu callada risa, de tu tímida expresión que por alguna razón intentas ocultar detrás de tus suaves manos, es suficiente para traer un par de lágrimas a mis ojos que me reprenden sin falta cada día haberlos apartado de ti alguna vez. Qué insoportablemente trivial parecen ser las cosas tan complejas en las que ahora me veo envuelto, la abrumadora y aplastante realidad de la seriedad y la madurez, cuando sé que existe la suspensión del tiempo, la fantasía en la que nos envolvimos tú y yo. No hay nada más falso que un carro en movimiento en el que no estés tú en el asiento pasajero; o que una película que se desvanece en el vacío apenas deja la pantalla porque no están tus ojos para absorberla junto a mí; o la almohada que me agradece hundir mi cabeza en ella solo porque tristemente ignora lo que otra cama conoció una vez, el olor de tu largo río color miel. 
Me duele tener acudir a la cliché imagen del cigarrillo, y me perdonas por creer que con patética nostalgia podría superar de manera alguna a los muchos que antes que yo le han dado formas más poderosas a esta, pero tu descripción poética no podría culminar jamás sin imaginarte primero tras el velo del humo. El fuego, el lento arder, la inhalación, la exhalación; qué perfecta metáfora para ti, esa fusión tan poderosa entre la autodestrucción a la que te aferras y la sensualidad que exudes. 

II

No sé cuántos días llevo aquí contigo. Puedo haber estado aquí una semana, como puedo haber estado apenas una hora; la verdad es que no importa. El tiempo se detiene, no acaba, y nunca parece ser suficiente. No hacemos nada sino ahogar nuestras risas entre besos y gemidos que pare nuestro sexo y el monte que no paras de enrolar. Estoy por encima de todo y de todos aquí contigo en este momento. Además, este apartamento está tan alto, ¿verdad? Podemos ver toda la amontonada y humeada ciudad desde tu ventana. 

Desde esa misma ventana que nos delataba, que nos recordaba -o nos dejaba saber- que había un mundo afuera del nuestro, entraban también los colores que pintaban esa misma fantasía. Esa mezcla entre gris contaminación de ciudad y partículas de polvo que sacudía el Ávila justo detrás, filtraban la luz del sol, pintando todo de un sabio dorado cálido que se deslizaba paciente por las paredes, acariciaba tu semblante, y abrazaba tu ya dorada cabellera. Cómo brillaban tus ojos al ser encontrados por esos rayos cuando volteabas a verme.

Las paredes se escarapelaban detrás de la pintura, el sofá que era más viejo que nosotros se descosía aquí y allá, un bombillo apenas colgaba fuera de su sitio. Todo era hermoso en su imperfección que no solo se acomodaba a nosotros sino que, en retrospectiva, se difuminaba bien con el entorno en el que estábamos. Qué hermoso el inocente desgaste de la juventud, del cual todavía tenemos mucho por delante; lástima que no sea junto al otro. Vivimos en un basurero que hemos hecho nuestro, que se hunde en escupitajos, en semen, y orine, pero es nuestro escupitajo, nuestro semen, nuestro orine.

III

Hay un zumbido calmante en el silencio del metro. Amo pasar el día echado en la grama de la Estancia con ustedes, sentir el hilo de frío que se desliza por la rejillas del teleférico, pasar horas hablando entre cigarros en los duros asientos del cafetín que parió nuestra amistad. Daría todo por sentir sus salivas que me golpean sin querer cada vez que se abalanzan sobre mí con insultos, por ver sus lágrimas corriendo en mis hombros, y poner las mías a correr en los suyos. 
Nos veo palpitando e intentando nadar en medio de esa llaga que nos tragaba a todos sin cura en la mira.
Todo tiene que cambiar, todo se tiene que mover, eso lo sé, pero si pudiera congelar mi vida allí, lo haría. Nadie jamás sabrá lo que fuimos sino nosotros. 




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